En aquella tarde lluviosa caminaba sin rumbo fijo, algo usual
en mí, cuando al levantar mi mirada
agazapada bajo el primaveral paraguas descubrí aquel lugar que me provocaba entrar.
Fue una respuesta
sin pregunta la que me hizo traspasar su puerta. Un olor familiar hizo que mis
pensamientos comenzaran a dar coces dentro de mi cabeza, sin apenas darme
cuenta me sorprendí recorriendo aquel
lugar como hipnotizada. A través de una amplia ventana, la luz, que entraba con
estrechez hizo que mirara hacia abajo. En aquel cosmos danzante la gente se movía absenta de velocidad, como
si el lugar los acogiera para permitirles el lujo de soñar por un corto espacio
de tiempo.
Bajé por su caracoleada
escalera, me senté en una ignorada mesa y allí, en aquel lugar, volví a
reiterar mi declaración de amor a los libros con la cadencia de unas tapas
duras rozando mis dedos.
Glosagon.