Le vio entrar con un bulto grande entre las
manos y tapado con una tela gruesa que no dejaba ver lo que escondía.
Siguió mirando la
vida de otros que cada día retransmitían en la tele – al menos a estos le pagan
un dineral por prostituir su vida-, pensó.
Ella había prostituido la suya al hombre que había entrado a precio de
saldo.
Le oyó trafegar en
la cocina y al momento volvió al salón, en las manos traía una enorme jaula con
un carnavalero loro dentro.
Le miró sorprendida
y su marido con una sonrisa postiza como el felpudo corto que cubría su cabeza
le dijo: –p’a que tengas quien te haga compañía-
-Más que tú seguro
que hace- respondió ella. Él le lanzó cuchillos afilados con la mirada pero
ella ya era una experta contorsionista para evitar todo lo que le lanzaba.
Él se marchó dando
un portazo de autoridad. Miró al bicho y éste se revolvió nervioso en su jaula
y lanzó cuatro gritos histéricos. Ella le sonrió sincera y le aconsejó – si
quieres sobrevivir aquí mejor te estás quieto y callado- y siguió viviendo la
vida de los otros.
glosagon.
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