Fue tan intenso el dolor que comenzó a soñar…
La enorme puerta que le dio la bienvenida al caserón era majestuosa pero a la vez inquietante. Aquella cabeza de carnero, con cuernos retorcidos y ojos metálicos clavándose en los suyos, provocó que un escalofrío se aposentara en su nuca y su mente solo pensara en cómo saldría de allí.
Subió corriendo por unas escaleras de peldaños de blanco mármol gastado, que la guiaron hacia una habitación donde la luz, también temerosa, se escondía tras unas largas y pesadas cortinas.
Olía mal y sintió que un pútrido olor le atravesaba la nariz y se le clavaba en la garganta. Le faltaba el aire y quería salir de allí.
Dio vueltas y vueltas buscando una salida, pero no la hallaba. Se sentía como un diminuto ratón atrapado en su ratonera. Las baldosas del suelo la mareaban, blancas y negras, negras y blancas. Sintió arcadas porque el olor seguía perenne en su boca. Oyó un chasquido, se giró y se topó con el carnero de la puerta de entrada, erguido sobre sus dos patas traseras mirándola amenazante. Intentó correr pero sus piernas se habían quedado sepultadas en una baldosa negra y era incapaz de andar. Cerró los ojos y un sudor frío la abrigó.- Tengo que salir de aquí,- se repitió incesantemente.
Cuando abrió los ojos se encontró en la puerta de salida, escuchó el repiqueteo de las pezuñas del carnero bajando por la escalera y corriendo hacia ella. Dio un salto y ya estaba fuera. Se aferró a la enorme aldaba de cobre que colgaba de la puerta y con mucho esfuerzo intentó cerrarla. El carnero extendió su pata por el hueco que quedaba por cerrar e intentó hacerle daño, una vez más, pero no lo consiguió. Un último esfuerzo, ya casi estaba cerrada. Junto al golpe de la madera rugió un grito.
Glosagon.