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Despiertan los colores.

Arriesgados Lectores...

24 abril 2012

No digas que fue un sueño

Fue tan intenso el dolor que comenzó a soñar…
La enorme puerta que le dio la bienvenida al caserón  era majestuosa pero a la vez inquietante. Aquella cabeza de carnero, con cuernos retorcidos y ojos  metálicos clavándose en los suyos, provocó  que  un escalofrío se  aposentara en su nuca y su mente solo pensara en cómo saldría de allí.
Subió corriendo por unas escaleras de peldaños de blanco mármol gastado, que la guiaron hacia una habitación donde la luz, también temerosa, se escondía tras unas largas y pesadas cortinas.
Olía mal y sintió que un pútrido olor le atravesaba la nariz y se le clavaba en la garganta. Le faltaba el aire y quería salir de allí.
Dio vueltas y vueltas buscando una salida, pero no la hallaba. Se sentía como un diminuto ratón atrapado en su ratonera. Las baldosas del suelo la mareaban,  blancas y negras, negras y blancas. Sintió arcadas porque el olor seguía perenne en su boca. Oyó un chasquido, se giró y se topó con el carnero de la puerta de entrada, erguido sobre sus dos patas traseras mirándola  amenazante. Intentó correr pero sus piernas se habían quedado sepultadas  en una baldosa negra y era incapaz de andar. Cerró los ojos y un sudor frío la abrigó.- Tengo que salir de aquí,- se repitió incesantemente.
   Cuando abrió los ojos se encontró  en la puerta de salida, escuchó el repiqueteo de las pezuñas del carnero bajando por la escalera y corriendo hacia ella. Dio un salto y  ya estaba fuera.  Se aferró a  la enorme aldaba de cobre que colgaba de la puerta y con mucho esfuerzo intentó cerrarla. El carnero extendió su pata por el hueco que quedaba por cerrar e intentó hacerle daño, una vez más, pero no lo consiguió. Un último esfuerzo, ya casi estaba cerrada. Junto al golpe de la madera rugió un grito.
 Anestesiada por el miedo  no fue capaz de celebrar que tras aquella puerta quedaban enterrados diez años de vida malograda y un monstruo  ruin y perverso.

Glosagon.

17 abril 2012

¡Sabrosón!

Allí estaba como cada miércoles, en el centro de mayores de su barrio, entre las once y las doce del día, esperando a que comenzara su clase de baile latino.
   Vestido con ropa cómoda y las deportivas que le regaló su hija, la misma que sin su consentimiento le apuntó a aquellas clases.
-          Papá, debes de hacer más ejercicio-, le recriminó –  y también más vida social, solo bajas a jugar la partida al bar de Justo y luego, otra vez a casa a leer la prensa y a ver la tele. Eso no puede ser bueno, debes buscar alguna actividad más dinámica, que te haga sudar.-
-          Ya sudé bastante entre los 9 y 65 años, ¿no crees?
   Su hija como casi siempre le oyó pero no le escuchó y continuó con su monólogo.
-          En el centro de mayores van a comenzar unas clases de baile latino, ¿porqué no te apuntas?, siempre te gustó bailar y hace mucho que no lo haces, hasta podrías conocer a alguien que te alegre el cuerpo.- le dijo jocosamente.
   Ismael se mantenía erguido, delgado y ágil a pesar de sus 68 años. Su pelo se mantenía fiel y no había desertado masivamente, no así su color. Su corazón era otra cosa, lo había cerrado por derribo seis años atrás, tras la muerte de Luisa, su esposa. Con su pérdida sintió que aquella  máquina jamás volvería a bombear por amor. Cada día era una concesión que trataba de pasar de la mejor manera posible hasta que llegara su final.
   Odalys, la profesora, hizo su entrada al salón con una soleada sonrisa y unos dulzones “buenos días”.
   Aquella mujer de piel color aceituna madura, pequeños ojos negros coronados por unas aleteadoras pestañas, pelo negro, largo y recogido artísticamente en un moño, le ponía nervioso, muy nervioso.
   A cada paso de  baile su corazón se desperezaba como un viejo oso de su letargo, sentía unos aguijonazos en su estómago que le eran desconocidos pero  que le hacían sentirse bien.
   Aquella mañana, Charo su pareja de baile habitual, no asistió a clase por estar convaleciente de una gripe e Ismael  quedó desparejado.
  - Me siento y miro-  dijo entre resignado y decepcionado.  - ¡Cómo va ser papito!, vente p’aca que hoy seré yo tu par-.
   Ismael tembló cuando Odalys le cogió de la mano y se puso frente a él, cerquita y mirándole... Comenzó a sonar una cumbia y las piernas de Ismael se quedaron como anclas de buque viejo y oxidado, inamovibles.
-   No te pongas nervioso y déjate llevar, un pasito p’alante y otro p’atrás- le dijo la profesora guasona.
  Los dos comenzaron a danzar e Ismael entró en trance. Sentir aquel talle delgado y cimbreante como caña de azúcar bajo su mano, sus caderas columpiándose como un barco  entre las olas, su mirada acariciadora erosionando la de él, su muslo rozando levemente el suyo…
 Comenzó a sudar como quería su hija. Un calor irracional inundó, como un tsunami, su interior, se sintió mareado y su corazón estaba sacudido como una maraca en las manos de Machín.
- Discúlpame, me siento mal – le dijo  soltándole la mano y la cintura como si fuesen hierro candente.
Caminó rápido y ansioso hacia el vestuario mientras su corazón seguía desmelenado,  se sentó  e intentó tranquilizarse tomando el aire a bocanadas, como si fuesen las últimas antes de morir.
-¿Cómo tú te sientes?, le preguntó desde el quicio de la puerta.
- Me sentiré bien  cuando deje de verte-  le espetó él.
-Pues vas a tener mal p’a rato, porque yo no quiero dejar de verte, ¿tú sabes?
   En el corazón de Ismael se abrió un resquicio por donde se colaron corrientes de aire cálido del Caribe que a veces, traen el amor, alegrando el cuerpo y la vida también.


Glosagon.

09 abril 2012

Ventilando el armario

Apoyado en la esquina de la ducha lloraba silenciosamente mientras el agua despeñaba por su cuerpo las lágrimas hacia el sumidero. Así sentía que había sido su vida, hasta hoy.  Un maloliente e interminable  desagüe por el cual viajaban, haciendo rafting, sus sentimientos, sus deseos, sus ilusiones…
   Hijo de militar autoritario, hosco y abstemio en sentimientos, compensado por una madre cariñosa y en exceso protectora, siempre y cuando el “General”  no estuviese por cerca y le ladrara que lo tenía mimado, consentido y amariconado.- ¡ Los hombres no lloran, coño!-
   Fue el protagonista de un guión prescrito y arcaico. Colegio religioso, carrera militar, boda por la iglesia y sus hijos, ¡sus hijos! único premio a una vida muda y en blanco y negro como esas películas de los años 20.
   Deambulando entre noches en vela, siendo prisionero de sus dudas y miedos, así como de largas disputas consigo mismo, lo anunció mientras cenaban. – Me voy de casa-.
   Su mujer contrajo el rostro presagiando el terror abismal al ultraje y enjuiciamiento colectivo, no expresaba sorpresa  sabía que cada día que pasaba era una prórroga.
   Su hijo le dedicó una mirada de náusea y desapego  que le derrumbó, pero el tierno y benevolente  abrazo de su hija le recompuso.
   Oscar le abrió la puerta de su casa, de su vida, de su corazón… permitiendo que su armario se ventilara quedando perfumado con aromas de Frutas de la Pasión.  

Glosagon.