Se sienta en la butaca. Se atenúan las luces
y los aplausos. Cierra los ojos.
Aquel silencio
abismal roto por un carraspeo, una sonrisa nerviosa o un comentario subterráneo
le devuelve a la realidad. Se siente
preparado para enfrentarse a su público tras su enfermedad.
Una temporada
larga perdido entre los abismos del alcohol.
Un hombre derrotado por el miedo al
olvido y al fracaso.
Él, acostumbrado a
ser el epicentro de la vida de otros y de sí mismo, se sentía incapaz de
dominar aquella violencia extrema que pateaba constantemente su interior y su
voluntad.
Sus temblorosas manos se posaron
sobre las machacada teclas y... desapareció.
Al día siguiente
todos los titulares hablaban sobre él.
“Reputado concertista devorado por su
virtuosismo”
Glosagon.